Vivir en Suecia

Uno de mis hermanos me dijo «entre broma y broma» que dejara de hablar tanto sobre México si ni siquiera vivía ahí, y que mejor hablara sobre Suecia, donde ahora vivo temporalmente (nótese mi optimismo por volver a mi país). Así que le tomaré la palabra, sólo por esta vez.

Como en cualquier país, hay cosas malas y cosas buenas. Sin orden alguno, espero mencionarlas todas, o por lo menos las que yo he vivido y se cruzan en mi día cotidiano (o sea, es totalmente subjetivo y no deseo ofender a nadie). Hay que considerar también que las generalidades no existen, pero si algo menciono es porque la gran mayoría lo hace.

Suecia es un país muy organizado, muy funcional. La gente respeta las leyes; nadie se atrevería a ofrecerle dinero a un policía por evitar una multa de tránsito, ni sobornar a alguna autoridad para acelerar un trámite burocrático. Los que van a alguna fiesta o a un bar, toman el transporte público (o taxi, aunque es muy muy caro) para evitar manejar en estado de ebriedad. De hecho, cuando invito a amigos a cenar a la casa, se que la noche será muuuy larga si llegan en tren, porque eso sí, ¡toman que da gusto! Digo, no tanto gusto a mí, la verdad 😀 . Quizás lo rescatable de un sueco que se alcoholiza es que se vuelve muy sociable, elocuente y divertido. Pero al siguiente día, el silencio que los caracteriza regresa.

Muchísima gente llega en bicicleta a sus trabajos. Y cuando llega el fin de semana, salen en bicicleta con sus hijos, quienes desde los 3 años aprenden a usarla. Aún bajo la lluvia se ven bicicletas. Y uno que otro aficionado la usa durante el inicio y final del invierno, con un poco de nieve. Y si agregamos que comen bastante sano, se entiende entonces por qué casi no hay obesidad por aquí. Por cierto, hablando de comida, en las oficinas no se ven máquinas de galletas y frituras. No. Se ven, nada más y nada menos, que canastas llenas de frutas para los empleados, claro, al lado de la máquina de café, que no puede faltar en el mundo sueco. Y así, cada vez que pasan por la cocineta, le pellizcan a una uvita, a una mandarina, a un plátano (sin albur). Eso sí, también le entran al pastelito y a las gomitas de grenetina, pero con justa moderación. Mismas gomitas que son permitidas comerlas por los niños un único día a la semana: el sábado. «Sábado de dulces» lo llaman. ¿Y las «papitas» y chicharrones? ¿Y dulces como el «lucas» y el «pelón-pelo-rico»? Nop. Nada de eso. Sólo chocolates y gomitas de muchos colores, como las que pasan en los programas del viejo oeste.

A propósito de niños, en Suecia todo está preparado para ellos: todas las estaciones del tren o metro tienen elevador para las carreolas (que realmente son para los que tienen capacidades diferentes…), y en los baños de cualquier lugar público tienen «mesita cambiadora» para bebés (no sólo en el tocador de damitas, sino también en el de los caballeros, por eso de la igualdad de género que les encanta en este país). Hay muchísimos parques con juegos infantiles y áreas verdes. Y en los centros comerciales hay un cuarto especial para amamantar, que cuenta también con microondas para calentar la comida de tu bebé :-o.

Creo que los niños aquí tienen un muy buen comienzo en sus vidas. Las madres suecas confían en la naturaleza humana y paren a sus hijos natural y orgullosamente, y los amamantan un largo tiempo. Gracias, en parte, a los casi dos años que la ley otorga a sus ciudadanos como incapacidad por maternidad (y paternidad, porque el tiempo se comparte con el papá también, en diferente turno). Pero (lo siento, siempre hay un pero)  conforme van creciendo, algo pasa en sus familias que hacen que el niño sea, mmm, frío. Es un misterio que aún no logro descifrar.

Podría ser el uso excesivo de la carreola, que siempre los mantiene alejados a un metro de distancia, pero al fin alejados, y sin verse cara a carita a los ojos. Ok, puede que esté exagerando (es que cargar a un bebé es delicioso, que sí hacen mucho dentro de casa)… Podría ser también la falta de contacto físico. Nunca he visto que se los coman a besos, o que los apretujen de ansiedad por tanto amor (¿o acaso soy yo una psicópata por hacerlo? No comenten sobre esto por favor 😀 ). O que les hablen melosamente, o que les digan un simple «te amo». Justo acabo de recordar que en una de mis primeras fiestas aquí salió al tema el decirlo, y los amigos suecos de mi esposo confesaron que nunca sus padres se los habían dicho. Las acciones son importantes, claro, pero las palabras también hacen falta de vez en cuando. ¡Y las caricias más! Y desde luego el ejemplo es muy importante también. Enseñan a los niños pequeños a saludar siempre, siendo que los grandes no lo hacen (en dos años que llevo en casa nueva, hay tan sólo un par de vecinos que me dan un tímido «hola», de un ciento que tengo; y nadie contesta mi saludo en el elevador de la oficina). Entonces cuando esos niños crecen y se dan cuenta de que nadie realmente saluda, simplemente abandonan la calidez enseñada en un principio. Traumada por ésto, obligo a mi hijo mayor a saludar y a mirar a los ojos.

Podría ser también la falta de conocimiento de Dios. O podría ser el hecho de que los papás los «animan» (nótese mi diplomacia) a dejar el hogar a los 18 años, estén listos o no para volar con propias alas. ¡Cuánto necesite de mi madre a esa edad! Platicarle mis cosas, pedir su consejo, llegar a casa cansada de escuela y trabajo y descansar un ratito con ella mientras me rascaba la espalda. No me imagino a mí misma estando completamente sola a esa edad. Lo cual me hace sentido de por qué los jovenes en la oficina no quieren llegar su departamento. ¿Para qué? Nadie los espera. No hay calor de hogar. Y los roomies no son populares. Tampoco digo que está bien que vivan con uno hasta los 40, pero quizás sí hasta los 39 :-D.

O quizás lo que enfríe la relación padre-hijo sean las 10 horas que dejan a sus hijos en la escuela a partir del año y medio hasta, bueno, hasta que los «alientan» a irse de casa. Podría ser también la poca convivencia con los abuelos, los tíos y primos (es decir, si uno ve que su madre no es cercana a su propia madre, quizás el ser frío sea «lo normal» para mí).

O quizás tan solo sea el clima frío que repercute en nuestra personalidad. O la combinación de todas las anteriores…

En fin, me da muchas vueltas en la cabeza porque no quiero (me da miedo) que mis hijos sean distantes de mí cuando crezcan. Es como ponerte a pensar ¿qué tengo qué hacer para que seamos siempre muy cercanos? ¿O qué no debo que hacer?

He insistido mucho en otras páginas de este blog lo importante que yo considero que es nacer natural y lactancia materna, para despertar de golpe el instinto maternal e darle la mejor bienvenida con un vínculo fuerte madre-hijo. Pero ¿saben qué? La tercer parte del combo (así lo llamo yo: «combo de tres» Parto-Lactancia-Convivencia con amor y tiempo) es la más importante, mientras las dos primeras ayudan (¡mucho!) a accionar la calidez, atención subconsciente, necesidad de tenernos cerca, paciencia, etc. al comienzo de su vida. En otras palabras, el amor es lo más importante, apoyado con mucha convivencia, palabras, abrazos, besos y caricias. Y para ponerle la cereza a este pastel, agregaría yo a Dios en sus vidas también.